16 dic 2009

A la huella, a la huella...

Un músico de Oberá, Misiones, llamado Miguel Chiñovsky (uno de los tantos descendientes de polacos que hay por aquellas tierras) dice en un programa televisivo: “…hoy estamos solamente para vivir, pero ya no hay tiempo. No hay tiempo para vivir. Queda muy poco hilo en el carretel. Y no se puede comprar en ninguna parte. Se puede comprar radio, televisor, pero no se puede conseguir más hilo”. Luego el silencio… y su acordeón empieza a sonar.
Los encuentros musicales de este año nos han dado la posibilidad de conocer no sólo otras músicas sino también lugares (externos e internos) y personas. De ir hacia lo que no se puede comprar, lo que no tiene precio. A veces eso pasa desapercibido porque, paradójicamente, no hay tiempo para pensar. Pero sabemos que el tiempo, como enseñó el viejo Proust, no se recupera linealmente. El hilo del carretel pasa y no deja de pasar, es cierto. Pero siempre hay algo más: ese silencio, y luego la música.

Encontrarnos para compartir lo que nos gusta no tiene precio. Más cuando en esa búsqueda se juega la identidad. Cuando la música suena, no se sabe lo que puede pasar. Porque en ella suena lo que ha pasado, suenan las vidas vividas, las del norte, las del sur, el este y el oeste. Suena la historia, la vida, el presente.
Escuchar lo que está olvidado o puede olvidarse es parte de nuestra búsqueda musical. Hacer sonar la partitura que nos dice algo de nosotros mismos, del lugar donde vivimos. Porque como dijo alguien, “la música se toca; también se puede escribir”. Y allí, cuando lo escrito suena, vibran las palabras, los recuerdos, las sensaciones desconocidas. Y entre canción y concierto, entre viaje y mate, nos encontramos. Como cuando Javier, uno de los nenes que estaba en el concierto de la Capilla del Padre Mujica, nos pidió que le enseñáramos un chamamé y nos pusimos en círculo a cantar con él. O cuando Pablo, amigo de Javier, se convirtió en nuestro percusionista estrella y nos escoltó hasta la salida cantando “¡piqueros, carajo!”, mientras le daba con énfasis al bombo. Nada curioso: siempre hay algo más, algo no esperado, lo aleatorio de lo humano que se cruza con la vivencia de cada uno.

Las obras llegan hasta nosotros o nosotros vamos hacia ellas. A veces no se puede distinguir entre una cosa y la otra; y poco importa. Lo que importa es que hay mucha música para hacer(nos). Y que hay con quien compartir, con quien construir. Atahualpa Yupanqui decía que no había que esperar a que te llamen de ningún lado, ni de la radio, la tele, ni grandes productores. Que había que tocar para los amigos, porque son quienes te van a llamar cuando no te llame nadie más. Él, efectivamente, hacía eso. En este año, comprobamos la enseñanza de Atahualpa; y también la generosidad de los grandes de verdad, como la Maestra Hilda Herrera, que nos invitó a cantar en uno de los conciertos del CIMAP. (Como si cantar en la Sala Guastavino del Centro Nacional de la Música invitados por semejante artista fuera poco, se agrega que en la sala estaba presente el genial “Vitillo” Ábalos y que nuestra anfitriona le dedicó el concierto de la noche al Maestro Horacio Salgán). Tales momentos nos llenan de felicidad, como haber sido invitados por Mateo Villalba y Maura Sebastián para cantar “Cambá Frete” en la presentación de su disco “Como en casa”.

Año largo, de numerosos conciertos, viajes con lluvia, caminatas al sol, ensayos trajinados, horarios que se superponen en medio de la ciudad que, como un océano, siempre nos marea un poco. Pero más allá de todo y, por sobre todo esto, estamos agradecidos de haber compartido estos momentos y otros…
Luego de asado y brindis, queremos descansar un rato. Pero no dejar de soñar con escenarios y canciones (alegres y de las otras), melodías, ritmos, matices. Y, sobre todo, al regresar, descubrirnos trabajando de nuevo para ponerle el cuerpo a la música. Porque, como dijo alguna vez Duke Ellington, “nada de esto tiene sentido si no tiene swing”.

Iñaki